El zinc se encuentra recostado en sábanas ensangrentadas,
ocultando canciones de amaneceres cálidos;
de décadas manchadas por malabares carismáticos
dejando atrás sonrisas decaídas entre maderas astilladas.
Legados que permearon entre promesas y hacia un rostro conocido,
provocándolo un llanto que aterró
a los peores de los delincuentes.
Y esos delincuentes aún lloran.
Y esos delincuentes aún agonizan.
Las migajas ya no son oros
y el oro ya no es prioridad;
la muerte se presentó ante brazos caídos.
Pero los mares nunca dejaron retumbar paredes
y de las lenguas saldrán nuevas canciones, decían.
No hay fin en la sobrevivencia
pues nutre de la transición
y lo que fue socavado resurge ante nuevos cuerpos y pensares.
De la amenaza nacen cuatro cuentos de desafío.
Desde el horizonte, seis amaneceres de comunión.
Cuatro historias que claman por el espacio merecido,
salido de cinco delincuentes que conocieron la tempestad
para relatar lo que no contaron las sábanas ensangrentadas.
Por: Carlos Vélez